Su gestión en Atenas tuvo partidarios y detractores, pero lo que todos hubieron de reconocer fue su capacidad de trabajo y su generosidad en la gobernanza. Realizó un censo demográfico y contuvo el gasto público y privado. También limitó los gastos en funerales y tumbas, que arruinaban a no ocas familias, los gastos militares y racionalizó las cuentas. Siempre en busca de la medida justa aprendida en el Liceo, huyendo del exceso.
Para Cicerón, que lo consideró un gran estadista y el último gran orador de Atenas:
“El Estado permanecía decaído y desvaído: el sabio hombre de Falero, Demetrio, logró resucitarlo”
Estatua de Demetrio de -Falero en la Biblioteca Moderna de Alejandría
Tuvo gusto por el lujo y el exceso. Su vida privada era todo lo contrario a su pragmática y aristotélica vida pública: esplendidos banquetes cada noche, suelos perfumados, flores en todas las habitaciones, cocineros de lujo, mujeres y jovencitos de ensueño correteando por los pasillos, suelos de mosaicos, mármoles en las paredes, estilistas que cuidaban su apariencia, pues le encantaba teñirse de rubio y maquillarse la cara, y una búsqueda constante por parecer agradable y bello a los ojos de los demás.
Ateneo dijo de él: “quien dio leyes a otros, y quien reguló las vidas de los otros, exhibía en su propia vida el desprecio de toda ley.”
Demetrio contestaba a los críticos con la frase que nos dejó Diogenes Laercio, y que es todo un resumen de su visión de la vida:
“En casa, honrar a los padres; en la calle, a todos; en la soledad, a sí mismo”
El perfecto estudiante del Liceo era un hedonista en su vida íntima. Pero los atenienses se sintieron contentos bajo su benévolo mandato. Llevados por su tendencia a la adulación y al cariño desmedido de sus héroes, los atenienses le erigieron 360 estatuas en 300 días. Un record de Guinnes, un desmadre de honores.
Pero pasados 10 años, a Atenas llegó una flota de 250 naves dirigida por otro de los muchos “libertadores” que tuvo la ciudad y que abundaban por la Grecia convulsa de aquel tiempo. Otro Demetrio, llamado Poliorcetes (el asediador de ciudades), que decidió que su tocayo de Falero sobraba en la ciudad.
Demetrio de Falero tuvo que huir a Tebas con lo puesto, mientras sus queridos atenienses, llevados ahora por su tendencia a odiar a sus héroes caídos, lo condenaban a muerte y derribaban a toda prisa 359 de sus estatuas, dejando solo una, en la Acrópolis, porque era terreno sagrado y mejor no enfadar a los dioses. Con el material de las estatuas de bronce hicieron orinales donde “vomitar su odio”, según Diogenes Laercio. Al oírlo, Demetrio, algo enfadado, proclamó:
“¡Podrán derribar mis estatuas, pero no los méritos que ellas premiaron!”
Gregori Navarro